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Un día, una nube blanca nació sobre el mar azul. La pequeña nube pasó tranquila sus dos primeras semanas de vida en el cielo, mirando el agua. Pero una tarde llegó el viento del oeste y la arrancó de allí.
-¡Eh, viento! ¿Adónde me llevas? –dijo inquieta la nube.
-¡Hacia el oeste! –respondió el viento mientras soplaba y soplaba sin parar-.
¡Iremos al océano!
Después de haber viajado juntos un rato, apareció el viento del este. Entonces los dos vientos iniciaron una batalla tan terrible que el Sol se oscureció y el mar se volvió gris de miedo. En mitad de la tormenta, llegó una suave brisilla que aprovechó un descuido de los vientos para acercarse a la nube.
-Nube –dijo la brisa-, no tengas miedo. Yo te sacaré de aquí y te llevaré al desierto.
Allí todo es cálido y tranquilo. Y nunca llegan los fuertes vientos.
-¡Gracias, querida brisilla! –dijo la nube.
Después de siete horas de viaje, al fin llegaron.
-¡Esto es el desierto! –Dijo orgullosa la suave brisa-. ¡Aquí nací yo!
-¡Pero yo no veo nada excepto arena! –Exclamó decepcionada la nube-. ¿Estás segura de que esto es el desierto?
-¡Pues claro que sí! ¿Qué esperabas? –Dijo la brisa-. ¡Desagradecida!
Y la brisa se marchó dejando a la nube en mitad del desierto. La pobre nube no tuvo más remedio que volar sola hasta una montaña que se veía a lo lejos. La nube estaba muy triste y lloraba gotas de lluvia.
-¡Oh, una nube! –Dijo la montaña al sentir el suave roce de la nube-. ¿De dónde has salido? Muy pocas nubes llegan hasta aquí.
-He hecho un largo viaje –contestó la nube.
Y le contó a la montaña sus peripecias y la nostalgia que sentía del mar.
-El mar está lejísimos. Sin la ayuda de un viento no podrás llegar. Quédate conmigo hasta que pase alguno.
La nube decidió quedarse. ¡Al menos tendría alguien con quien hablar!
Pasó el tiempo y se hicieron muy buenas amigas. Pero un día llegó el gran viento huracanado del desierto. Las dos sabían que tarde o temprano pasaría un viento y se llevaría a la nube. Y ellas tendrían que despedirse. Por eso la nube se puso triste, muy triste, y se deshizo en montones de gotas de lluvia. Pero cuando las gotas cayeron sobre la montaña, las dos se sintieron felices. ¡Ya nada podría separarlas!
Y cuando días después volvió la calma al desierto, sobre la cima de la montaña nació un pequeño cactus, que creció y creció… como si quisiera ver desde lo alto de la montaña el gran mar azul.


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